Yo aprendí a los 45 años de edad. Casualmente asistí a un taller de coro ciudadano con Paul Castán, y ahí él me invito a un taller que iba a impartir de poesía improvisada en la Parroquia Andacollo, en el Cerro Ramaditas. Ahí principalmente aprendí lo que tiene que ver con la métrica, la estructura; siempre conocí la melodía, aunque ahí también aprendimos diferentes entonaciones y otras cosas que tienen que ver con la paya.
De las melodías que me sé y manejo son “La común” y “La colchagüina”. Estos conocimientos los he transmitido a través de conversaciones, aunque también lo compartí en un taller que me metí, y en el cual pude contar de qué se trataba la décima.
Para mi saber estas cosas significa, en primer lugar, saber algo que me gusta, la belleza de eso. Yo no me crie en el país, a pesar de que nací aquí; por eso, para mí saber esto significa tener algo que me vincula con este lugar, volver a la raíz. Todos mis recuerdos de infancia tienen que ver con la música. Por eso tiene que ver con esto: entender la identidad del país. Ahí puedo entender cuál es mi vínculo con este lugar.
Me cuesta un poco definirme, pero yo creo que hago poesía generalmente en décima, esta me aterriza un poquito, me dio como un formato. Ahora cuando escribo lo hago en décima. Yo creo que la forma que más me calza es poeta popular; a veces canto las décimas. Mi función siento que es mucho de dar a conocer. En muchas partes en que he estado me he dado cuenta que la gente no sabe de qué se trata esto.