La alfarería de Santiago Río Grande es un conjunto de saberes y técnicas de larga data en el territorio Licanantay de la región de Antofagasta y cuya vinculación con Santiago de Río Grande y sus alrededores le entrega un acervo cultural que le infunde el simbolismo de los usos sociales y rituales que emergen de los valores andinos.
Las labores que abarca involucran la recolección del material de lugares específicos -muchas veces en estado “seco”-, su limpieza, la confección de las piezas incluyendo modelados manuales, pulidos y decorados para finalizar con la cocción cuya forma tradicional es con costras de guano. Cada uno de los pasos es ejecutado con ritos y agradecimientos a la tierra, expresando un universo simbólico de relación con la naturaleza caracterizado por el respeto y la reciprocidad.
Las piezas principales son objetos ceremoniales (como cántaros chicheros) y otros de uso cotidiano (platos, tazas, entre otros), aunque la creación también deja espacio para la innovación e inventiva de cada cultora y cultor, abriéndose a la producción decorativa y turística.
La recolección de barro se realiza en distintas vetas del territorio, reconociendo las características particulares de cada uno, como los distintos colores (algunos son más claros que otros, hay negros, cafés y rojizos), presencia de polvos metálicos como el oropel, texturas, entre otras cualidades constituyendo un saber del entorno natural que cuidan con recelo.
Santiago de Río Grande se caracterizó por ser pueblo alfarero en el sector de Atacama, pero hoy en día el oficio ha disminuido a unos pocos cultores/as a causa del despoblamiento del pueblo y la reorientación a otras tareas económicas.
.
La práctica se desarrolla individualmente, dentro de cada núcleo doméstico, con apoyo familiar en algunas fases como la recolección de materias primas. Se reproduce paralelamente en diferentes linajes, pudiendo tener ancestros comunes como cultores que transmitieron la práctica. Es en ese ámbito familiar donde se traspasan los conocimientos por medio de la observación directa y la participación parcial en etapas del proceso productivo desde temprana edad y enfrentando el perfeccionamiento a lo largo de la vida. Para ello se debe ir aprendiendo la localización de vetas de arcilla-greda y hulla; detección y diagnóstico de arcillas; del entorno y el ciclo anual relacionado con factores climáticos que inciden en la temporalidad de la actividad; los conocimientos y técnicas propios del proceso de confección de piezas cerámicas; junto con las prácticas simbólicas y rituales asociadas al tránsito por sus rutas de recolección, así como estilos y usos cerámicos tradicionales y comercialización.
Las personas activas en la práctica son principalmente de tercera edad que han integrado a adultas/os y jóvenes a su conocimiento como posibles futuros/as cultores/as. No existen roles de género, mas sí es posible ver predominancia numérica de alfareras por sobre alfareros.
En cuanto a lo etario, los roles se van asignando según la posibilidad de cumplir tareas sencillas en edades tempranas, hasta dominar la cadena completa siendo mayores, desde la extracción de materia prima hasta la comercialización. Para ser considerado/a par se debe practicar o haber practicado la alfarería propia de Río Grande, haber aprendido en la localidad o por parte de un cultor/a de allí, debiendo formar parte de ese contexto de origen, ya sea por formar parte de los linajes que han transmitido el elemento, ser de la comunidad indígena, o participar del contexto social o ritual Lickanantay que dota de simbolismo a la práctica de alfarería local y su uso. Por ello es relevante comprender o formar parte del contexto cultural desde donde surge la práctica alfarera y su valor social simbólico.