Mi primer contacto con este arte fue con los alferes de los chinos. Desde ahí empecé a conocer a los cantores. En esas fiestas escuché canto a lo divino, y muchas veces empecé a improvisar ahí cantando. Y, después aprendí a alferear como chino, de alguna u otra manera el canto a lo poeta y el baile chino están emparentados. Antes de ser payador, fui chino. Esto fue en el año ’99 o 2000, por ahí. Yo aprendí escuchando, y si reconociera a algunos maestros podría decir Caballito, Choro Estay, Juan Alfaro, Caballito Blanco…y en general a armar las cuartetas aprendí de los alferes.
A pesar de los años que llevo, igual me considero un aprendiz todavía. Toco algo de guitarra traspuesta, puedo cantar con tercera alta, con la españolita, he estado tratando de aprender la afinación por la orilla. También toco el guitarrón, ahí me defiendo con la entonación “La común”. En algunas oportunidades yo he hecho algunas presentaciones en espacios educativos, pero nunca he tenido un alumno o alguien a quien le enseñe de manera directa. Pero yo no me siento aún capacitado para enseñar esto.
Un hito importante es haber compartido con Pancho Astorga, con Santos Rubio, con don Domingo Pontigo. Haber cantado con esos maestros, aunque sea un poquitito, esa cuestión es para mí muy emocionante. Siento el pecho inflado cuando reconozco que hice algo con ellos.
Para mí lo que significa, en primer lugar, es una resistencia cultural, resistencia ante la globalización, inclusive. Estos son los primeros vestigios de nuestra identidad real, la más verdadera, la más genuina que tenemos en este país que se llama Chile. Estas son las maneras de resistir, y de ver nuestra relación con la tierra. Los alferes no los encuentras en la ciudad, y los payadores ahora se están urbanizando, son más comunes, pero su raigambre más profunda era campesina; y esa raíz tiene que ver con la relación que tienen los seres humanos con la tierra. Eso es lo que a mí me entusiasma para acércame a estas tradiciones, eso que es genuino, eso es un diamante. Esto es de verdad y brilla más que algo falso, porque tiene una relación con la tierra. Y yo siento que hay una semejanza de cuando los pueblos originarios tienen una relación con la tierra. Hay algo ahí que todavía se mantiene, y finalmente es la identidad de los chilenos. Hay una relación originaria, que es la más simple y la más verdadera.
Esto es como el “yo no canto por cantar”. Ser payador no es solo jugar, uno, de alguna manera, es la voz de muchos, es la caja de resonancia que entrega reflexiones y pensamientos de la demás gente. A mí me gusta colocar temas de la contingencia, por ejemplo, siempre tenemos que cantar en mi territorio sobre el agua. En muchas ocasiones canté sobre la nueva constitución. En el fondo es un instrumento de no sé qué o quién, pero logra hacer en evidencia lo que muchas personas están sintiendo o pensando; y que a lo mejor no hay mejor manera que decirlo de esta forma. Cuando canto busco proponer ideas y poner evidencia y relevancia lo que muchos están sintiendo.