Este sistema destaca por la expresión que nace de lo que se ve, recuerda o imagina sin intentar reproducir la profundidad y la imagen tridimensional con que aparecen las formas a la vista, así como por su composición de colores y temáticas que plasman del mundo costero rural del litoral y de Chile Central. Surge en un contexto de significado biográfico y cultural dador de sentido e identidad, a través del bordado se plasma la vida de las mujeres que llegaron a Isla Negra desde el campo de Chile Central entre los años ’40 y ’60, la de aquellas que forman parte de las 4 o 5 familias troncales de la localidad en los primeros años del siglo pasado, y de sus herederas consanguíneas y por afinidad.
Este patrimonio recoge una tradición comunitaria familiar. Hay telas que recorren la casa de campo de la infancia con sus parronales, huertos, ropas colgadas al sol, árboles, aves en vuelo o posadas y familiares en acción que ordeñan, hornean o labran la tierra. Otras, manifiestan el mar en movimiento a través de las olas y el viento, dando vida a crustáceos, peces y aves del litoral, a un bote con su pescador o a un buzo inmerso en interacción con el medio de la costa.
Los bordados de Isla Negra son un lenguaje visual, catalogado como arte textil “ingenuo” y “popular”, realizado por bordadoras autodidactas de la localidad. El proceso creativo se materializa con la técnica sencilla del “punto para atrás”, el cual escasamente se combina con otras puntadas, se utiliza una aguja y lanas de intensos colores en contraste e iconografías sin perspectiva. Antaño, se iniciaba con el dibujo sobre un papel de saco de cemento para luego llevarlo a una tela de saco harinero donde se probaban los colores con pequeñas muestras. Hoy, se dibuja en otros papeles o directamente en tela osnaburgo sostenida “a pulso”.
Esta tradición se origina en 1960 con un grupo de 16 mujeres en un Centro de Madres de Isla Negra y que luego de un traspaso de cuatro generaciones, actualmente son más de mujeres entre los 30 y 90 años. Realizan la práctica de manera individual y grupal, transmitiéndose por observación y oralidad entre abuelas, madres e hijas, toda vez que el bordado forma parte de la cotidianidad del hogar. Se suman espacios de las agrupaciones, talleres, encuentros y la escuela local. Se enseña a dibujar de manera "imperfecta“ y a elegir colores, pero las temáticas y el ritmo es personal, puesto que la creación libre distingue este patrimonio. La creaciones surgen de las más personales experiencias de vida pasadas y presentes, así como con la memoria heredada y de una observación situada de la naturaleza que rodea a las mujeres, resultando es una narrativa inseparable de quien realiza el bordado.